Reparación, un camino a la transformación de la inequidad

11/22/2012

“No puede haber reparaciones en clave de género si no hay previamente verdad en clave de género”. Con esta aseveración, Julie Guillerot abrió un camino a la construcción de propuestas en el Seminario Internacional “Reparación transformadora a Mujeres víctimas del conflicto armado”, realizado en Bogotá el pasado 16 de noviembre.

El Seminario contó con la participación de las más importantes organizaciones nacionales de mujeres de Colombia, de organizaciones de mujeres víctimas en diversas regiones del país, de las entidades del Estado que desarrollan las políticas de reparación, y de invitados internacionales como Rosa Cobo, directora de la Maestría sobre Género y Políticas de Igualdad de la Universidad de Coruña; Julie Guillerot, investigadora del Grupo sobre Reparaciones de la Comisión de la Verdad y Reconciliación peruana; Kelli Muddell, directora del Área de Género del ICTJ, y Cristián Correa, responsable para América Latina en el Área de Reparaciones del ICTJ.

Como lo expresó Guillerot, los participantes partieron de la necesidad de identificar las afectaciones que viven las mujeres en un conflicto armado y el impacto diferenciado de la violencia en la vida de ellas. “Pensar en la reparaciones desde la perspectiva de las víctimas implica mirar las diferencias existentes entre ellas”, afirmó Cristián Correa.

La reflexión sobre el daño y la reparación a las mujeres se hizo desde la mirada del feminismo. La española Rosa Cobo presentó la manera como el protagonismo social que han ganado las mujeres en la esfera pública en las últimas décadas ha encontrado formas de reacción que se manifiestan en violencia contra las mujeres. ”Estas nuevas formas manifiestan la voluntad de control y propiedad sobre las mujeres como respuesta a la aparición de realidades sociales que cuestionan el estatuto de objetos de las mujeres… Esto nos lleva a la necesidad de identificar los procesos y las relaciones sociales que se están señalando desde hace algunos años y que actúan como un caldo de cultivo en el que se despliegan esas formas intolerables de violencia patriarcal”, afirmó Cobo.

¿Qué tan transformadora debe ser la reparación?

Una de las grandes preguntas que se desarrolló en el Seminario es cuál es el papel de la reparación frente a los esquemas de subordinación de género que dieron origen a la violencia contra las mujeres. ¿una reparación para llevar a las víctimas al estado en que se encontraban antes de ocurrido el daño, o una reparación que transforme estos esquemas de discriminación?

Para todos fue clara la necesidad de avanzar hacia lo que Rosa Cobo denomina un nuevo contrato social, basado en un “contrato sexual” en el que predomine la equidad de género. También se resaltó la importancia de que la reparación esté orientada hacia ese nuevo escenario, sin replicar prácticas de desigualdad de género enraizadas en la cultura local.

Kelli Muddell recordó el postulado de la Declaración de Nairobi de 2007, cuando mujeres activistas se reunieron a pensar en el derecho a un recurso efectivo y a la reparación. Éste dice: “las reparaciones deben ir por encima y más allá de las causas y consecuencias inmediatas de los crímenes y violaciones. Deben abordar las inequidades políticas y estructurales que dan forma a la vida de las mujeres y las niñas”.

“Una de las promesas de la reparación es la de regresar a las personas al estado en que se encontraban antes de ser víctimas; es decir, volver al statu quo. Sabemos que esto es imposible”, dice Muddell, y resalta, además, su inconveniencia en el caso de las personas -como las mujeres- cuyo estado de vulnerabilidad ha sido un factor para la victimización. La Declaración de Nairobi, reafirmada por el informe temático del Relator Especial de Violencia contra las Mujeres de 2010, y por sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, especialmente en el caso de tres mujeres de Ciudad Juárez, deja claro que la reparación a una mujer no puede estar orientada a retornarla a la situación de discriminación y violencia en que se encontraba antes de ser victmizada. Estos tres estamentos exigen, como parte de la reparación, la investigación de la violencia estructural que existía en el sistema social.

En palabras de Julie Guillerot, es importante “tener clara conciencia de género de principio a fin al crear un programa de reparación… esto significa incluir una mirada a la estructura de poder de esa sociedad”.

Pero, ¿qué tanto poder transformador se puede esperar de la reparación? Según Kelli Muddell, “la reparación puede abrir un camino para entrar en las discusiones sobre la inequidad, para ayudar a desestimular prácticas discriminatorias y elevar la toma de conciencia de las afectaciones diferenciadas de las mujeres en el conflicto. Pero no se puede esperar que la reparación lleve a una transformación completa de sistemas culturales, del patriarcado o de la manera como las instituciones trabajan el tema de género”.

Cristián Correa, por su parte, hace un llamado a diferenciar la reparación de las víctimas como un mecanismo de justicia transicional, de la lucha social y transformadora que llevan a cabo los movimientos sociales. “¿Cuánto se puede esperar de un programa de reparación, y cuánto de la lucha social?”, pregunta, e invita a no sobrecargar la reparación con expectativas tan altas. La reparación –según Correa- debe ser efectiva, pronta, concreta, para que realmente sea un mecanismo que ayude a la víctima de forma oportuna. “Si se sobrecarga, se puede quedar en mesas de discusión y no llegar a sus posibles beneficiarios”.

En ese sentido, propone algunos aspectos que llevan a hacer de las medidas de reparación un avance en el camino hacia la transformación de esquemas discriminatorios, como el superar las barreras de acceso de las mujeres al ejercicio de sus derechos. Para esto, llama la atención sobre la importancia de un registro eficiente de víctimas, que supere los obstáculos que pueden llevar a la no inclusión de mujeres en él, como el analfabetismo, el temor a la estigmatización, el no contar con cuenta bancaria, o el no poseer patrimonio a su nombre.

Así mismo, acompañar las medidas de reparación con acciones que superen la huella de la discriminación. Por ejemplo, más allá de garantizar el acceso a la educación, generar la confianza y las condiciones para que, en el proceso educativo, las mujeres no afronten de nuevo las situaciones de vulnerabilidad derivadas de la inequidad de género.

Otro camino transformador entra en juego en el momento de focalizar los beneficiarios de la reparación. “Hay contextos en los que se justifica priorizar esfuerzos, y en esos casos, más que en la gravedad del daño, se debe pensar en función en el estado de vulnerabilidad de la víctima”, aseguró Diana Guzmán, representante de la ONG colombiana DeJusticia. De esa manera –continúa- la reparación contribuye a una mejor distribución de los recursos en la sociedad, y al reconocimiento de las poblaciones que han sido excluidas.

Esto debe ir de la mano de “pensar cómo se proyecta la reparación a la sociedad; mirar qué le dice la reparación a la sociedad en general, pues un programa que no es reconocido por la sociedad, difícilmente va a generar transformaciones en el imaginario y en las representaciones sociales sobre el género, la raza y los demás sistemas de dominación que confluyen en nuestra sociedad, concluyó Guzmán.

Los videos de las presentaciones en este Seminario Internacional Reparación Transformadora a Mujeres Víctimas del Conflicto Armado, organizado por el ICTJ, Casa de la Mujer y GIZ, pueden verse aquí.


Foto: Por Santiago Aguirre.